Jesús siempre estaba preocupado por el bienestar material y físico de las personas tanto como también estaba preocupado por su bienestar espiritual. Cuando Jesús preguntó a Felipe dónde comprar suficiente comida para darles de comer a toda la multitud, reveló su preocupación.
Felipe era el discípulo lógico para hacerle esa pregunta ya que conocía la zona y sabría a quién preguntar y dónde ir por la comida. Felipe responde a la pregunta de Jesús desde un punto de vista materialista. “Ni doscientos denarios de pan bastarían para que a cada uno le tocara un pedazo de pan.” La respuesta muestra como Felipe entiende conceptos de negocio y la capacidad de resolverlos.
Entonces, Andrés se acercó y dijo: “Aquí, hay un muchacho que trae cinco panes de cebada y dos peces”. El chico de los panes y los dos peces, solamente aparece en el Evangelio de Juan. Jesús tomó los panes, dio gracias y los repartió a los que estaban sentados, y también todos comieron pescado hasta saciarse.
Después de que la multitud tuvo lo suficiente para comer, Jesús dijo a los discípulos “Recojan los pedazos sobrantes, para que no se desperdicien.” Así que ellos recogieron y llenaron doce cestas de mimbre con los fragmentos de los cinco panes de cebada que habían sido más de lo que podía comer. Doce es el número de las tribus de Israel. Simbólicamente representa a todas las personas en el mundo. Si las doce canastas representan a todos los pueblos del mundo, ¿por qué hay tanta gente muriendo de hambre hoy en día?
Gerardo Darring escribió: “La realidad de hoy es diferente. Cada tres días, más personas mueren por desnutrición y enfermedades que del bombardeo de Hiroshima, y cada año muere más gente de hambre de los que murieron en el Holocausto, a pesar de que cosechamos suficiente grano en el mundo para ofrecer a cada hombre, mujer y niño con una dieta satisfactoria de 3.000 calorías.”
¿Es irónico, verdad?
¿Por qué, el mundo no planta alimentos suficientes para alimentar a toda la gente en el mundo, ¿la gente se mueren de hambre? Gran parte de esto se debe a la lucha y la corrupción y la comida no llega a las personas que están en necesidad. Si tan sólo pudiéramos aprender a llevarnos bien con los demás, podríamos literalmente alimentar al mundo y nos sobrara mucho más. Los cinco mil hombres y sus familias compartieron en la generosidad que Jesús proporcionó. Nosotros también debemos aprender a compartir en las bendiciones de Dios con los demás.
Nosotros aquí en los Estados Unidos somos las personas más prósperas y bendecidas en el mundo. Tenemos tanto y tan a menudo desperdiciamos. Aunque hay personas que nos rodean que están en necesidad. Nuestra Parroquia de la Santa Cruz trabaja para ayudar a los más necesitados que viven en nuestra comunidad. El programa de Ayuda proporciona alimentos, apoya con los servicios públicos y d referencias a otras agencias que pueden proporcionar más ayuda. Nuestra parroquia es conocida por las papas que sembramos, cultivamos y cosechamos para compartir con los demás. El año pasado, más de cincuenta mil libras de papas se les dio a los bancos de comida en la zona para ayudar a alimentar a los hambrientos. Así como Jesús se preocupa por el bienestar físico de las personas, la Iglesia de La Santa Cruz se ha acercado a ayudar a aquellos que están en necesidad a nuestro alrededor.
El Evangelio también nos da una mirada al alimento que satisface el corazón. Jesús es el Pan de Vida. Mientras que los panes de cebada satisfacen el hambre física, Jesús satisface el hambre en nuestras almas. La lectura sigue la forma eucarística con lo que el pan de vida para todos. Jesús tomó el pan, dio gracias, lo partió y distribuyó el pan a la gente. Es otra referencia a la Última Cena, cuando Jesús instituyó nuestra Eucaristía. Se les sacio, y nos satisface hoy en día, como el cuerpo y la sangre de Cristo sólo lo pueden hacer.
Las personas, que fueron testigos del milagro de la multiplicación de los panes y los peces, junto con muchos otros milagros que Jesús realizó, lo reconocieron como el Mesías. Ellos esperaban un Mesías terrenal que los liberaría de la opresión de la pobreza y el gobierno romano. No vieron a Jesús como el Pan de Vida que liberaría a ellos y a nosotros de nuestros pecados para darnos vida eterna.
Cuando el sacerdote consagra el pan y el vino en el altar, los católicos creen que se convierte en el cuerpo y la sangre de Cristo para proveer alimento para nuestro camino espiritual en esta vida. Sólo podemos compartir el amor de Cristo a través de la puesta en común de nuestra fe que se sustenta en la Eucaristía que recibimos de su mesa.
Nosotros en nuestra Iglesia de La Santa Cruz estamos haciendo nuestra parte para proveer para los que están en necesidad en nuestra comunidad y la región. Pero ¿qué pasa con aquellos que están realmente muriendo de hambre por falta de alimentos en Haití, África, Oriente Medio, América del Sur y Asia? Muchos en todo el mundo son incapaces de conseguir alimentos debido a la guerra, la opresión por dictadores y gobiernos corruptos, falta de transporte para conseguir la comida para ellos y la pérdida debido al pillaje.
¿Cómo los ayudamos a ellos? No podemos ir a esas áreas y hacer los cambios necesarios para conseguir la comida a las personas necesitadas. Sin embargo, tenemos la capacidad de hacer que suceda. Debemos orar por aquellos que están en necesidad de alimentos para sus cuerpos. La oración es poderosa y hará una diferencia; se abrirán caminos para conseguir la comida a través de beneficencias y las llevaran a manos de las personas en crisis.
Además de la oración, nuestro dar a la colecta del Papa que se realiza hace un par de semanas es ayuda a la Iglesia Universal que contempla las necesidades críticas de otros en todo el mundo. La Colecta del Papa apoya al Papa Francisco para tener los medios para proporcionar ayuda de emergencia a los que sufren como resultado de la guerra, la opresión, los desastres naturales y las enfermedades. A través de la oración y la entrega, apoyamos las necesidades del mundo.
Hay una crisis mayor que la del hambre mundial, tan grande como lo que es. Debemos orar por los que están muriendo de hambre espiritualmente. Está sucediendo aquí en los Estados Unidos, en Canadá, en Europa y en muchos otros lugares del mundo. Jesús tomó el pan, dio gracias, lo partió y distribuyó el pan a la gente. Debemos recibirlo en nuestros corazones, y luego compartirlo con los que nos rodean. Debemos orar por una renovación de la fe en todo el mundo.
¿Estamos dispuestos a gastar sólo cinco minutos adicionales al día rezando para que los hambrientos puedan conseguir la comida que necesitan? ¿O estamos muy ocupados checando mensajes o revisando el correo electrónico y mensajes de texto? ¿Vamos a dar un poco más a el programa Ministerios de Ayuda u otra obra de caridad que apoya a los pobres ya los necesitados? ¿Vamos a orar por una renovación de nuestros corazones, así como el resto del mundo para un despertar espiritual que debemos compartir con los demás? ¿Vamos a recibir el cuerpo y la sangre de Jesús en la Sagrada Eucaristía y luego compartir su amor con todos los que conocemos?
Monthly Archives: July 2015
S20150726 Ordinary 17 B
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20150726 Ordinary 17 B
Jesus was always concerned about the material and physical wellbeing of the people as much as he was concerned about their spiritual well fare. When Jesus asked Philip where to buy enough food for them to eat, it revealed his concern.
Philip was the logical disciple to ask since he was from this area and would know who to ask and where to go for the food. Philip answers Jesus’ question from a materialistic view. “Two hundred days’ wages worth of food would not be enough for each of them to have a little.” The answer shows Philip understands business concepts and the ability to solve them.
Then, Andrew came forward and said: “There is a boy here who has five barley loaves and two fish.” The boy with the barley loaves and the two fish is only listed in John’s Gospel. Jesus took the loaves, gave thanks, and distributed them to those who were reclining, and also as much of the fish as they wanted.
After everyone had enough to eat, Jesus told the disciples “Gather the fragments left over, so that nothing will be wasted.” So they collected them, and filled twelve wicker baskets with fragments from the five barley loaves that had been more than they could eat. Twelve is the number of the tribes of Israel. It symbolically represents all the people in the world. If the twelve baskets represent all the people of the world, then why are so many people starving today?
Gerald Darring wrote: “Today’s reality is different. Every three days more people die from malnutrition and disease than from the bombing of Hiroshima, and every year more people die from preventable hunger than died in the Holocaust, even though we grow enough grain in the world to provide every man, woman, and child with a satisfactory diet of 3000 calories.”
Rather sobering isn’t it?
Why, if the world raises enough food to feed all the people in the world, do people starve to death? Much of it is due to fighting and corruption so the food does not get to the people who are in need. If only we could learn to get along with each other, we could literally feed the world and have plenty left over. The five thousand men and their families shared in the bounty Jesus provided. We too must learn to share in God’s blessings and then share with others.
We in the United States are the most prosperous and blessed people in the world. We have so much and yet so often waste it. But there are people around us in need. Holy Cross parish works to help those in need who live in our community. The Outreach program provides food, help with utilities and referrals to other agencies who can provide further assistance. Our parish is known for the potatoes that we plant, grow and harvest to share with others. Last year, over fifty thousand pounds of potatoes were given to Food Banks in the area to help feed the hungry. Just as Jesus was concerned with the physical wellbeing of the people, Holy Cross has reached out to help those who are in need around us.
The Gospel also gives us a look into the food that satisfies the heart. Jesus is the Bread of Life. While the barley loaves satisfy the physical hunger, Jesus satisfies the hunger in our hearts. The reading follows the Eucharistic form bringing the Bread of Life to all. Jesus took the bread, gave thanks, broke it and distributed the bread to the people. It is another reference to the Last Supper when Jesus instituted our Eucharist. It satisfied them, and satisfies us today, as only Christ’s body and blood can do.
The people, who witnessed the miracle of the multiplication of the bread and fish along with the many other miracles that Jesus performed, recognized him as the Messiah. They were expecting an earthly Messiah who would free them from the oppression of their poverty and the Roman government. They did not see Jesus as the Bread of Life who would free them and us from our sins to give us eternal life.
When the priest consecrates the bread and wine at the altar, Catholics believe that it becomes the body and blood of Christ to provide nourishment for our spiritual journey in this life. We can only share Christ’s love through the sharing of our faith that is sustained by Eucharist we receive from his table.
We at Holy cross are doing our part to provide for those who are in need in our community and the greater region. But what about those who are truly starving for lack of food in Haiti, Africa, the Middle East, South America and Asia? Many throughout the world are unable to get food due to war, oppression by dictators and corrupt governments, lack of transportation to get the food to them and loss because of pillage.
How do we help them? We are unable to go to those areas and make the changes needed to get the food to the people in need. However, we have the ability to make it happen. We must pray for those who are in need of food for their bodies. Prayer is powerful and will make a difference; it will open channels to get the food through customs and into the hands of the people in crisis.
In addition to prayer, our giving to Peter’s Pence collection several weeks ago helps the Universal Church provide for the critical needs of others around the world. The Peter’s Pence Collection supports the Pope’s philanthropy by giving the Holy Father the means to provide emergency assistance to those who are suffering as a result of war, oppression, natural disaster, and disease. Through prayer and giving, we support the world’s needs.
There is a greater crisis than the world’s hungry, as great as that is. We must pray for those who are starving spiritually. It is happening here in the United States, in Canada, across Europe and many other places of the world. Jesus took the bread, gave thanks, broke it and distributed the bread to the people. We must receive it into our hearts, and then share it with those around us. We must pray for a renewal of faith around the world.
Are we willing to spend just five extra minutes a day praying that the hungry will get the food they need? Or are we too busy checking e-mail and text messages? Will we give a little more to the Out Reach program or another charity that supports the poor and those in need? Will we pray for a renewal of our own hearts as well as the rest of the world for a spiritual awakening that we must share with others? Will we receive Jesus’ body and blood in the Holy Eucharist and then share his love with everyone we meet?
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S20150628 Ordinary 13 B
Sabemos que si una persona estaba enferma en la antigüedad, esa persona era condenada al destierro de la comunidad. Esto fue especialmente cierto si una persona tenía lepra, pero casi todas las enfermedades resultaban en la separación de la comunidad. La separación de la comunidad impedía a la persona de ganar un salario y, por tanto, daba lugar a un nivel de pobreza de la persona y su familia.
La mujer en el Evangelio de hoy estaba enferma desde hacía doce años. Ella fue a los médicos profesionales en lugar de los curanderos. Ella había gastado todo lo que tenía en los muchos médicos que veía, pero sólo empeoró. Ella debe haber estado en la élite de los ciudadanos al tener posición y el dinero para gastar en los médicos durante un período de doce años.
Jesús sanó a muchas personas durante su ministerio para restaurarlos a ellos ya sus familias a la comunidad. Las curaciones eran generalmente el resultado de alguien que viene a Jesús o de sus amigos o familiares que viene en nombre de la persona o alguna la persona que lo llevara a él. Jesús sanaba a la persona y perdonaba sus pecados.
En la lectura del Evangelio de hoy nos enteramos de un momento en que una persona fue sanada basada en la creencia de que la persona sano sin ninguna acción por Jesús. Se pueden imaginar la incredulidad de los discípulos cuando Jesús les preguntó: “¿Quién me ha tocado?” Con todas las multitudes de gente empujando y empujando, tratando de acercarse a Jesús, podría ser cualquiera. Pero esto era un toque diferente. No fue un toque casual de alguien que pasaba por en su camino, este fue el toque de alguien que cree que Jesús tiene el poder para sanarla.
Echemos un vistazo a los acontecimientos que condujeron a este punto. La mujer estaba en un estado de desesperación; ella había intentado todo durante doce años y era peor que cuando empezó. Además, pasó todo lo que había en busca de la ayuda de las instituciones médicas de ese tiempo.
Ella era considerada impura por lo que no podía entrar en el templo para adorar y todo el mundo la evitaba. Ella era un paria de la sociedad. La mujer no quería ni acercarse a Jesús debido a su condición. En las profundidades de la desesperación, ella toca el borde del manto de Jesús creyendo en su curación; también buscaba Alivio para su alma, para superar la desesperación y la soledad que sentía por su condición física. El acto de tocar el manto de Jesús se llenó de fe que iba a ser curada como tantos otros que Jesús ayudó. Era su única esperanza de una vida normal.
Como de costumbre con Jesús, la mujer recibió más de lo que esperaba. Ella recibió la curación y el perdón. Jesús le dijo: “Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz y queda curada de tu aflicción.” Jesús la restauró a la comunidad como una persona completa que podría ser respetado como un igual que fue capaz de adorar en el templo, se mezcla con los demás y volver a ser feliz.
Estamos muy parecidos hoy en día a la mujer en el Evangelio de hoy. Todas las aflicciones no son necesariamente físicas. Las aflicciones que sufrimos hoy en día son más social y el trato con nuestras relaciones con los demás.
Estamos rotos en nuestra desesperanza. Nuestras vidas están llenas de vergüenza y miedo; miedo a lo que nuestro vecino va a hacer a nosotros o miedo a lo que las autoridades van a hacer con nosotros. Vivimos en un mundo que no respeta a nadie; un mundo que está lleno de odio hacia cualquier persona que es diferente.
La gente de color saben el desprecio y viven en constante temor. Desarmados hombres afroamericanos y latinos, de Ferguson a Nueva York, de Pasco a Seattle, viven con miedo a causa del color de su piel. Parecen ser parias como la mujer en el Evangelio. El problema real es la falta de respeto dentro de nuestros corazones para la dignidad de otra persona que es un hijo de Dios. Esta falta de respeto es palpan te en nuestro mundo de hoy. Esta aflicción parece haber crecido de manera significativa en los últimos años.
En el Oriente Medio, donde una persona es martirizado por ser cristiano; de Charleston Carolina del Sur, donde nueve personas fueron martirizados por su color; la comunidad en que vivimos, hay personas llenas de odio y falta de respeto para todos, pero ellos mismos.
Nuestras vidas no tienen que estar llenas de odio hacia otra persona por su color, origen cultural, religión o preferencia sexual. Podemos desaprobar sus acciones o creencias, pero tenemos que tratar a cada persona con respeto. Jesús está aquí para sanar y perdonar tal como lo hizo para la mujer en el Evangelio de hoy.
Los informes de prensa han pasado a la sentencia del Tribunal Supremo sobre el seguro de Obama y la tragedia en Charleston está comenzando a la deriva. El ejemplo de perdón por la congregación en la iglesia Emanuel Metodista Episcopal Africana es muy singular en la actualidad. Como el corazón roto por la pérdida de amigos como la congregación es y la familia, se veían más allá de su dolor y se acercaron a perdonar a la persona que entró en su estudio de la Biblia y los mataron.
Jesús siempre estaba preocupado por lo que estaba en el corazón y los pensamientos de una persona. Él estaba más interesado en la intención de la persona, porque eso tiene que cambiar para que nuestras acciones puedan cambiar. La tragedia en Charleston me hace examinar mis propios pensamientos y sentimientos hacia los demás. Me esfuerzo por ser una persona que ama y respeta a todos, pero a veces me quedo corto y necesito la curación y el perdón de Dios como la mujer en el Evangelio.
La congregación en la iglesia Emanuel Metodista Episcopal Africana perdonó un acto tan horrible que parece imposible de perdonar, nosotros todavía guardamos rencor y no estamos dispuestos a perdonar a familiares y amigos sobre las cosas que son tan triviales en comparación. Esta semana que viene, vamos a pedirle a Dios que nos dé la fuerza para perdonar como la congregación en Charleston y nos ayude a amar de verdad cuando nos acercamos a perdonar a los demás.
¿Tendremos el coraje de ponernos de pie y defender a la persona que está siendo sofocada porque sus ropas son de una cultura diferente o tienen la piel oscura? ¿O vamos a estar en silencio y dejar que el abuso y el odio sigan? ¿Estamos dispuestos a perdonar a los demás por el dolor que nos causaron? ¿Vamos a extender la mano y pedir a los demás que nos perdone por el dolor que les hemos causado? ¿En nuestra desesperanza y desesperación, vamos, en la fe, a llegar a tocar el borde del manto de Jesús para que podamos ser sanados?
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20150628 Ordinary 13 B
We know that if a person was sick in ancient times that person was ostracized from the community. This was especially true if a person had leprosy but almost all illnesses resulted in separation from the community. Separation from the community prevented the person from earning a wage and therefore resulted in a level of poverty for the person and their family.
The woman in today’s Gospel was sick for twelve years. She went to professional physicians rather than the folk healers. She spent all that she had on the many physicians that she saw but only grew worse. She must have been in the elite class of citizens to have the money to spend on the physicians during a twelve year period of time.
Jesus healed many people during his ministry to restore them and their families to the community. The healings were usually a result of someone coming to Jesus or of friends and family coming on behalf of the person or actually bringing the person to him. Jesus would heal the person and forgive their sins.
In today’s Gospel reading we hear about a time when a person was healed based on that person’s belief without any action by Jesus. You can imagine the disciple’s disbelief when Jesus asked “Who touched me?” With all the crowds of people pushing and shoving, trying to get close to Jesus, it could be anyone. But this was a different touch. It was not a casual touch of someone who passing by on their way to other things. This was the touch of someone who believed because Jesus felt power leave him.
Let’s take a look at the events leading up to this point. The woman was in a state of despair; she had tried everything for twelve years and was worse than when she started. In addition, she spent all that she had seeking help from the medical institutions of that day.
She was considered unclean so she could not enter the temple to worship and everyone avoided her. She was an outcast of society. The woman did not even want to approach Jesus due to her condition. In the depths of despair, she touches the hem of Jesus’ robe seeking healing; more for her soul to overcome the desperation and loneliness she felt than for her physical condition. The act of touching Jesus’ garment was filled with faith that she would be healed like so many others that Jesus helped. It was her only hope for a normal life.
As usual with Jesus, the woman received more than she expected. She received healing and forgiveness. Jesus said to her, “Daughter, your faith has saved you. Go in peace and be cured of your affliction.” Jesus restored her to the community as a whole person who could be respected as an equal who was able to worship in the temple, mingle with others and once again be happy.
We are very much like the woman in today’s Gospel. All afflictions are not necessarily physical. The afflictions that we suffer today are more social and deal with our relationships with one another.
We are broken in our hopelessness. Our lives are filled with shame and fear; fear of what our neighbor will do to us or fear of what the authorities will do to us. We live in a world that respects no one; a world that is full of hatred for anyone who different than us.
People of color know that contempt and live in constant fear. Unarmed African American and Latino men from Ferguson to New York to Pasco Washington to Seattle live in fear because of the color of their skin. They seem to be outcasts like the woman in the Gospel. The real issue is a lack of respect within our hearts for the dignity of another person who is a child of God. This lack of respect is rampant in our world today. This affliction seems to have grown significantly in the past few years.
From the Middle East where a person is martyred for being a Christian; to Charleston South Carolina where nine people were martyred because of their color; to the neighbor where we live, there are people filled with hate and disrespect for everyone but themselves.
Our lives don’t have to be filled with hatred toward another person because of their color, cultural background, religion or sexual preference. We may disapprove of their actions or beliefs but we must still treat each person with respect. Jesus is here to heal and forgive us just as he did for the woman in today’s Gospel.
The news reports have moved on to the Supreme Court ruling on Obama Care and the tragedy in Charleston is starting to drift into the background. The example of forgiveness by the congregation at Emanuel African Methodist Episcopal church is extremely unique today. As heartbroken from the loss of family and friends as the congregation is, they looked beyond their grief and reached out to forgive the person who walked into their Bible Study and killed them.
Jesus was always concerned with what was in a person’s heart and thoughts. He was more interested in the intent of the person because that has to change in order for our actions to change. The tragedy in Charleston made me examine my own thoughts and feelings toward others. I strive to be a person who loves and respects everyone, but sometimes I fall short and need God’s healing and forgiveness like the woman in the Gospel.
The congregation at Emanuel African Methodist Episcopal church forgave an act so horrific that seems impossible to forgive, but we still hold grudges and are unwilling to forgive family and friends over things that are so trivial by comparison. This coming week, let us ask God to give us the strength to forgive like the congregation in Charleston and help us to truly love as we reach out to forgive others.
Will we have the courage to stand up and defend the person who is being put down because their clothes are from a different culture or they have dark skin? Or will we be quiet and let the abuse and hatred continue? Are we willing to forgive others for the pain they caused us? Will we reach out and ask others to forgive us for the pain that we have caused them? In our hopelessness and despair, will we, in faith, reach out to touch the hem of Jesus’ garment so we can be healed?
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